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2.Nov.2021 / 01:23 pm / Haga un comentario

En la esperanza que como llovizna sigue mojando nuestras almas y nuestros pasos, en la dignidad de un pueblo que resiste todos los ataques del enemigo imperial y sus mandaderos, en la Patria Buena que seguimos construyendo, ahí sigue el Padre Cantor, en plena lozanía de sus juveniles 80 años.

Jimmy López Morillo

Cuando el niño, la niña, el adolescente, la muchacha, el muchacho, toman su fusil de sueños y asumen caminares por una patria libre, independiente y soberana.

Cuando la madre prepara la arepa para alimentar el cuerpo y reza para darle de comer al alma, cuando el padre se asoma a otra jornada con los pasos iluminados de esperanza.

Cuando el cura acompaña las luchas del pueblo, sin aceptar presiones de los mercaderes de los templos, de esas oligarquías eclesiásticas que pretenden secuestrar a Cristo, nuestro primer camarada, y postrarlo al servicio de los opresores.

Cuando su canto envuelve toda nuestra alegría en las marchas, en las concentraciones que ahora no son escrutadas por las miradas asesinas de los cuerpos represivos.

Cuando su canción de amor por el ser humano, en defensa irrevocable de la Patria, por el medio ambiente, por los pájaros, los ríos, las mariposas, por los nuevos amaneceres, se escucha en Miraflores y emprende vuelos en la voz de un Presidente salido de las cunas de su pueblo.

Cuando su verbo sigue siendo semilla luminosa que germina entre nosotros, uno no pierde la oportunidad de echar un vistazo al azul de ese cielo que nos sirve de sombrero, para decirle: “Panita, sí, vamos andando, vamos despertando”.

Porque en cada una de esas imágenes van navegando sus certezas: “El canto no gana batallas, pero ayuda a formar los batallones” y cuando le abrimos las puertas al festejo de los 80 años de su primera luz, uno continúa encontrando la sonrisa, el abrazo y la palabra de Alí Primera, llamándonos a no desmayar en el combate por la Patria, que es la vida.

Canción nada mansa

“Yo aprendí a cantar en el vientre de mi madre”, nos dijo en la primera entrevista que le hicimos en los albores de 1981. Ese canto, nacido de la ternura de la inolvidable Carmen Adela, ya nos había encontrado apenas desplegando las alas en transitares por la adolescencia, marcando para siempre nuestras rutas, como ocurriría y sigue ocurriendo con muchas y muchos que se han emparentado con su andar hecho verso y batalla.

El trueno de su voz era un aguijón punzante en las entrañas de la dictadura puntofijista, por lo que su canto fue proscrito, lo cual no impidió que se escuchara en las clandestinidades de los barrios, de los campos, de todos los rincones donde alguien amara la Patria.

Era aguijón para ellos, y semilla para quienes desde los años sesenta desandaban caminos luchando contra los que vendían nuestra amada Venezuela al mejor postor, “que está situado en el Norte”, como remachaba en “Me lo contó Canelón”; para quienes en los setenta nos íbamos nutriendo con aquellas luchas y sus letras sin respiro para el enemigo principal, el capitalismo depredador de la humanidad.

En esas luchas cabalgaba buena parte del pueblo, en contra de un régimen dictatorial disfrazado con ropajes democráticos, contando con la complicidad de los medios de comunicación, que manipulaban y silenciaban los padecimientos y clamores de los sectores populares.

Pero a pesar de ese silencio, el canto de Alí –y el de otras cantoras y otros cantores-, abría trochas, desmalezaba conciencias pasándole por encima a la censura. Techos de cartón, primero en las voces de Los Guaraguao y luego en la suya, logró quebrar el cerco comunicacional y se convirtió en himno. Lo mismo ocurrió luego con otros temas.

Aquella canción que nada tenía de mansa, fue dejando huella en un pueblo bravo y, aunque en apariencia no ganara batallas –en eso estábamos en desacuerdo con Alí, porque cada conciencia abierta es una batalla victoriosa-, formaba batallones. Era un crepitar sostenido, que hacía mella en la indiferencia de muchas y muchos.

De esa manera, fuimos creciendo en nuestra formación como revolucionarios, mientras nuestros pasos cronológicos sumaban calendarios. Aquella canción atizaba el fogón de nuestro amor por Bolívar, por nuestras libertadoras y nuestros libertadores y nos enroló definitivamente en la militancia de los sueños por construir la Patria Buena.

Vamos a su encuentro

Sembraba su amor Alí –y con él otras cantoras y otros cantores-, en la herida abierta de esta patria, traicionada por quienes pretendían sepultar al padre Libertador entre el frío mármol y las estériles estatuas, útiles solamente “para que las caguen las palomas”, como solía remarcar.

Fue Bolívar –y lo sigue siendo-, savia, semilla y presencia permanente en su canto, rescatándolo de los vacíos discursos y las soledades donde intentaban ocultarlo los gobiernos de la dictadura puntofijista, convirtiéndolo en un reo más de su entreguismo al imperio estadounidense. Por eso, nos recordaba esa sentencia irrefutable que “no se oye en televisión”: “Los Estados Unidos, parecen destinados por la providencia a plagar la América de hambre y miseria en nombre de la libertad”.

Fue delineando senderos en los cuales su huella abría brechas, mostraba que sí eran posibles las nuevas alboradas. Aunque en su momento no lo palpamos, se convirtió en “el profeta de la Revolución Bolivariana”, como lo sostiene nuestro querido colega Diógenes Carrillo. En una ocasión le preguntamos si veríamos hecho realidad nuestro principal sueño, precisamente el de la revolución materializada en el país, y su respuesta voló sin albergar dudas: “Yo digo como Carmelo Laborit, que algún día mis ojos abuelos habrán de ver la Patria liberada”…Y en estos tiempos, en la mirada de sus nietos, a sus 80 juveniles años sus ojos pueden vernos envueltos en este proceso de transformación.

Predestinado al fin, avizoró lo que estamos viviendo; por eso, en un conversatorio al cual nos invitó su sobrino, Alí Alejandro, la joven comunicadora popular Indira Torregrosa afirmó que en Sangueo para el regreso, realmente estaba anunciando la llegada del comandante Chávez: “Dicen que viene la hora/ mira/ para ponernos contentos/ se fue Bolívar ayer/ pero hoy viene de regreso/ Vámonos pa’ llá/ vamos a su encuentro (…) Dicen que viene a caballo/ pero trae en la gualdrapa/ un arsenal de cariño/ para sembrar en la Patria/ La Patria es una mujer/ y él regresó para amarla/ contra los que se desvelan/ tan sólo por disfrutarla/ y en vez de darle caricias/ lo que hacen es manosearla”.

Alí, comunicador

Pese a toda la censura de un sistema en el que su canto y él mismo eran sometidos a una feroz persecución, la fortaleza de sus versos y su ejemplo pudieron burlar esas barreras.

Sus firmes convicciones iban más allá de un discurso pre-fabricado para desatar catárticas euforias o desahogar momentáneos devaneos con las clases desposeídas. “La palabra sin los pasos, es una palabra muerta”, decía, sigue diciendo. En una oportunidad, respondió a una de nuestras preguntas de manera inequívoca: “No me autodefino como revolucionario. Prefiero que mi conducta me defina como tal”. De esa contundencia irrefutable deberían aprender algunas, algunos, que se disfrazan de “rojos-rojitos” y elaboran encendidas pero vacuas piezas oratorias, mientras traicionan a la patria desde dentro y fuera del gobierno.

Sus prédicas iban unidas a la práctica. Por eso, cuando en Esconderse en la flor dijo –y sigue diciendo-: “Yo me siento feliz con mi canto/ porque son manos de obrero/ y ellas quiero ser yo/ Las plantas de los pies del que anduvo descalzo/ de tanto andar el mundo/ se volvieron canción”, nadie podía dudar de que efectivamente era así. “La revolución no la hacen solo los desposeídos, sino los poseedores de la conciencia”, atizaba.

Fue labrándose un rol de liderazgo en el pueblo, conjugando una sólida posición ideológica, con su inmensa capacidad para llevar a las masas la necesidad de unirnos en procura de un parto colectivo, sorteando la censura y la persecución de la dictadura puntofijista. Clamaba: “¿Por qué no unirnos/ sí por qué si ya se unieron/ el fusil y el evangelio/ en la manos de Camilo (Torres, sacerdote colombiano muerto en combate en las guerrillas)”.

En el referido conversatorio, titulado “Alí es comunicador popular”, grabado por su sobrino como parte del seriado “Alí es Venezuela”, elaborado por el Ministerio de la Cultura como parte de las celebraciones de estos 80 años de su luminoso tránsito, junto a la joven Indira Torregrosa afirmábamos que solo con esas cualidades podía derrumbar todos los obstáculos.

No había telefonía móvil, internet, mucho menos redes digitales, pero Alí, en medio de las persecuciones –algo en lo cual no dejaremos de insistir-, llegaba igualmente con su canto y su mensaje combativo a las masas. No cobraba por sus presentaciones, tajantemente se negó a presentarse en televisión, pero era tal su vínculo con el pueblo, que no solamente podía mantener a su esposa e hijos con la venta de sus discos, sino también colaborar con otras cantoras y otros cantores para sus grabaciones. Y he ahí otra de sus características insoslayables: su desprendimiento, su solidaridad, de la cual incluso fuimos beneficiarios en algunos momentos de apremio.

“Para nosotros (los cantores) es importante manejar un lenguaje o tener algunos instrumentos que nos permitan entender psicológicamente, sociológicamente al pueblo, porque los valores que le son impuestos a través de la radio, la televisión, son completamente ajenos a él”, subrayaba.

De ahí su trascendencia: no solo era un comunicador popular capaz de quebrar cualquier barrera con su verbo y su Canción necesaria –como la definió refutando a quienes la llamaban despectivamente “de protesta”-, sino que entendía claramente al pueblo, por provenir de sus raíces. Por ello recalcaba que “el canto debe ser esencialmente colectivo”.

Su sobrino, Alí Alejandro, a manera de ejemplo se refirió a una frase que ha ido alimentándose con el paso del tiempo. Fue hace exactamente 40 años, cuando ante una pregunta nuestra, como parte de una parroquia en la cual se maceraron nuestros caminares en el hermoso combate por la Patria, que es la vida, respondió: “La Vega es el crisol de las luchas de la humanidad”.

Aunque la frase estaba inserta en una entrevista titulada “Me bendice Dios y me orientan Bolívar y Marx”, publicada en un periódico que en medio de la represión puntofijista apenas alcanzaba tirajes de dos, tres mil ejemplares envuelto en clandestinidades, tal era el caso de La Vega Dice –uno de los pioneros del periodismo popular en el país-, inmediatamente, al ser expresada por Alí, se sembró en el alma colectiva.

Pero hubo más: poco a poco, aquella sentencia que exhibíamos con orgullo los revolucionarios vegueños, experimentó ajustes de acuerdo con los momentos históricos: “La Vega es el crisol de las luchas populares” y con la llegada de nuestro comandante Chávez a Miraflores: “La Vega es el crisol/ de la Revolución”, rimada por el propio pueblo como incandescente tributo al Padre Cantor.

Para siempre

Se convirtió así Alí en un sujeto de alta peligrosidad para los gobiernos entreguistas de Acción Democrática y Copei. Proscribieron su canto, hacían lo imposible para sabotear los actos en los cuales se presentaba, pero además atentaron contra su vida en varias ocasiones.

Era, a decir del joven Alí Costas Manaure –hijo de la cantora La Chiche Manaure y quien ha estudiado en profundidad al Cantor del Pueblo Venezolano-, «un estratega de la revolución» , que ocupaba «el 100% de sus días, en el análisis de cómo lograr la liberación de los pueblos».

En ese trayecto, pudo plasmar «categorías de carácter marxista, en sencillas canciones, sin bajar el nivel de profundidad filosófica de esas categorías». Por ello, «a través de su canto», logró llevar hasta los sectores populares y hacerlos entender conceptos como la «explotación del trabajo, alienación, plusvalía y conciencia de clase», entre otros, afirmaba Costas Manaure en una entrevista publicada en RT en español hace tres años.

«Tenía un objetivo político, que era la toma del poder», por lo cual, en primer término, antes que «cantor, era un militante revolucionario», subrayaba Alí Costas Manaure.

No es de extrañar entonces, que ni siquiera con su cambio de paisaje –ocurrido en dudosas circunstancias hace 36 años-, hayan podido borrarlo de la memoria colectiva, del alma de ese pueblo del cual sigue siendo referente ineludible, una de sus principales voces, como cantor, como líder que ha trascendido la vida.

Es esa la razón por la cual continúa aquí, como esencia en los pasos de los de siempre, de quienes en su canto, en su andar inextinguible en el combate por “una nueva sociedad, sin colegios privados, sin hacienda, sin patrón”, lo llevamos como bandera flameante de la esperanza y la certeza de que le abriremos las puertas a la alborada, “que también es camarada”, para terminar de construir la Patria Buena, por la cual él, así como tantas y tantos, entregaron la vida.

Y seguiremos mirando al infinito azul de ese cielo que nos sirve de sombrero, a todos los rincones de la Patria donde su voz, el fuego de su verbo no han dejado de armar los victoriosos batallones…

Y por eso, al celebrar este 31 de octubre los 80 años de la primera luz de nuestro Padre Cantor, Alí Primera, como todos los días y para toda la vida, uno enarbolará ese canto telúrico que todavía mece nuestros sueños.

 

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